La globalización ha incitado uno de los debates más apasionados de la
última década, ha sido tema de innumerables libros y causa de grandes
manifestaciones en Europa y América del Norte. Los críticos han planteado que
el proceso ha propiciado la explotación de los habitantes de los países en
desarrollo, ha ocasionado grandes alteraciones en su forma de vida y en cambio
ha aportado pocos beneficios, mientras los defensores apuntan a la considerable
reducción de la pobreza alcanzada en países que han optado por integrarse a la
economía mundial, como China, Vietnam, India y Uganda.
Asombrosamente, tratándose de un término de uso tan extendido como la
globalización, al parecer no existe una definición exacta y ampliamente
aceptada. De hecho, la variedad de significados que se le atribuye parece
ir en aumento, en lugar de disminuir con el paso del tiempo, ad queriendo
connotaciones culturales, políticas y de otros tipos además de la económica.
Sin embargo, el significado más común o medular de globalización económica, se
relaciona con el hecho de que en los últimos años una parte de la actividad
económica del mundo que aumenta en forma vertiginosa parece estar teniendo
lugar entre personas que viven en países diferentes (en lugar de en el
mismo país). Este incremento de las actividades económicas transfronterizas
adopta diversas formas:
- Comercio internacional: Una parte cada vez mayor de los gastos dedicados a bienes y servicios se consagra a importaciones de otros países, y una porción creciente de la producción de los países se vende a extranjeros en calidad de exportación. En los países ricos o desarrollados, la proporción del comercio internacional respecto del producto total (exportaciones más importaciones de mercancías en relación con el PIB) aumentó de 32,9% a 37,9% entre 1990 y 2001. En los países en desarrollo (países de ingresos bajos y medianos), la proporción aumentó de 33,8% a 48,9% en ese mismo período. (Tomado de: Indicadores de Desarrollo Mundial 2003 del Banco Mundial).
- Inversión Extranjera Directa (IED). En el último decenio han ido aumentando gradualmente las inversiones que empresas radicadas en un país hacen para establecerse y operar negocios en otros países. En las últimas dos décadas, con el aumento en la apertura, los flujos globales de inversión extranjera directa se han duplicado con creces respecto del producto interno bruto. Los flujos aumentaron en los años 1990, de US$324 mil millones en 1995 a US$ 1,5 billones en 2000. Sin embargo, en el último tiempo los niveles de inversión fluctuaron considerablemente de acuerdo con el clima económico y político prevaleciente. La desaceleración económica mundial ha reducido los flujos financieros en los últimos dos años, en contra de la prolongada tendencia de aumentos; y en algunas regiones, la inestabilidad política y económica ha agravado los problemas. Los flujos de capital en América Latina cayeron desde un máximo de US$126 mil millones en 1998 hasta $72 mil millones en 2001, lo cual refleja problemas regionales e incertidumbre global. Los flujos de IED hacia Argentina disminuyeron de US$24 mil millones en 1999 a US$3 mil millones en 2001. Pero la IED ha seguido fuerte en Asia Oriental y el Pacífico, así como en Europa y Asia Central. Los países en desarrollo recibieron aproximadamente la cuarta parte de los flujos de IED en 2001 como promedio, si bien la proporción fluctuó bastante de un año a otro. Actualmente, esta es la principal forma de afluencia de capital privado hacia los países en desarrollo.
- Flujos del mercado de capitales. En el transcurso del pasado decenio, los ahorristas de muchos países (especialmente del mundo desarrollado) han diversificado cada vez más sus carteras con activos financieros extranjeros (bonos, acciones y préstamos del exterior), mientras que los prestatarios buscan progresivamente fuentes de financiamiento foráneas, además de las nacionales. Si bien este tipo de flujo hacia los países en desarrollo también aumentó abruptamente en los años 1990, ha sido mucho más volátil que los flujos comerciales o de IED, y asimismo se han limitado a un grupo reducido de países de “mercados emergentes”.
En primer lugar, para hablar de globalización resulta crucial
definir cuidadosamente las distintas formas que ésta adopta. Comercio
internacional, inversión extranjera directa (IED), y flujos del mercado de
capitales plantean cuestiones distintas y tienen consecuencias diferentes:
beneficios potenciales por un lado, y costos y riesgos por el otro, los cuales
demandan valoraciones y respuestas diferentes. En general, el Banco Mundial
privilegia una mayor apertura de comercio y de IED porque los datos indican que
los beneficios en materia de desarrollo económico y reducción de la pobreza
tienden a ser relativamente mayores que los costos o riesgos potenciales
(aunque también se preste atención a las políticas específicas para mitigar o
atenuar costos y riesgos).
El Banco es más cauteloso respecto de la liberalización de otros flujos
financieros o de mercado de capitales, cuya alta volatilidad puede fomentar en
ocasiones ciclos de auge y depresión, y crisis financieras con grandes costos
económicos, como sucedió durante las crisis de los mercados emergentes del Este
Asiático y en alguna otra parte en 1997-98. Aquí debe ponerse más énfasis en la
creación de instituciones y políticas nacionales de apoyo que reduzcan los
riesgos de las crisis financieras, antes de emprender una apertura de cuentas
de capital ordenada y cuidadosamente escalonada.
En segundo lugar, el grado de participación de los distintos países
en la globalización también dista de ser uniforme. Para muchos de los
países más pobres y menos desarrollados, el problema no radica en que la
globalización los haga más pobres, sino en la amenaza de ser excluidos de ella.
En 1997, la mínima participación de estos países en el comercio mundial, con
una cifra que asciende al 0,4%, correspondió a la mitad de su participación en
1980. La tasa de crecimiento de estos países también está muy por debajo de las
que disfrutan los países en desarrollo más globalizados. Durante la década de
los noventa, los países menos globalizados presentaron como promedio tasas de
crecimiento negativas, mientras que los países en desarrollo más globalizados
aumentaron su tasa de crecimiento per cápita de 1% en los sesenta a 3% en los
setenta, hasta 4% en los ochenta y 5% en los noventa. Por otra parte, el acceso
de los primeros a la inversión extranjera privada sigue siendo insignificante.
Lejos de condenar a estos países al aislamiento y la pobreza continua, la tarea
urgente de la comunidad internacional es ayudarlos a integrarse aún más en la
economía mundial, brindándoles asistencia para ayudarles a crear instituciones
y políticas de apoyo, así como para continuar ampliando su acceso a los mercados
internacionales.
En tercer lugar, es importante tener presente que la globalización
económica no es una tendencia totalmente nueva. De hecho, y en un nivel
primario, ha formado parte de la historia humana desde tiempos remotos, cuando
poblaciones muy dispersas se involucraron gradualmente en relaciones económicas
más amplias y complejas. En la era moderna, la globalización disfrutó de un
florecimiento temprano hacia finales del siglo XIX, principalmente entre los
países que hoy son desarrollados o ricos. En muchos de estos países, los flujos
comerciales y del mercado de capitales en relación con el PIB se acercaban o
superaban a los de años recientes. Ese temprano despuntar de la globalización
se revirtió en la primera mitad del siglo XX, época de creciente proteccionismo
en un contexto de amargas luchas nacionales y de poderío, guerras mundiales,
revoluciones, auge de ideologías autoritarias y gran inestabilidad económica y
política.
En los últimos cincuenta años, el curso de los acontecimientos ha cambiado
nuevamente favoreciendo una mayor globalización. Las relaciones internacionales
se han calmado (al menos en comparación con la mitad de siglo anterior) debido
al respaldo de la creación y consolidación del sistema de Naciones Unidas como
medio de resolver pacíficamente las diferencias políticas entre los Estados, y
de instituciones como el GATT (actual OMC), que proporcionan un marco
reglamentario para que los países manejen sus políticas comerciales. El fin del
colonialismo sumó innumerables nuevos actores a la palestra mundial, a la vez
que eliminó una mancha vergonzosa asociada al temprano episodio de
globalización del siglo XIX. La Ronda Uruguay del GATT de 1994 presenció por
primera vez la participación de los países en desarrollo en una amplia gama de
temas de comercio internacional multilateral.
El ritmo de la integración económica internacional se aceleró en la
década de los ochenta y los noventa, cuando en todas partes los gobiernos
redujeron las barreras políticas que obstaculizaban el comercio y la inversión
internacional. La apertura al
mundo exterior forma parte de un cambio más generalizado hacia una mayor
confianza en los mercados y la empresa privada, especialmente a medida que
muchos países en desarrollo y países comunistas se percataron de que los altos
niveles de planificación e intervención gubernamental no producían los
resultados de desarrollo esperados.
Entre los ejemplos más notables de esta tendencia están las amplias
reformas económicas emprendidas por China desde finales de los años setenta, la
pacífica disolución del comunismo en el bloque soviético de fines de los años
ochenta y el arraigo y crecimiento estable de las reformas de mercado en la
India democrática en los años noventa. La globalización también ha sido alentada
por el progreso tecnológico, el cual está disminuyendo los costos de transporte
y comunicaciones entre los países. El marcado descenso en el costo de las
telecomunicaciones, y del procesamiento, el almacenamiento y la transmisión de
la información, facilitan aún más la localización y el aprovechamiento de las
oportunidades comerciales en todo el mundo, la coordinación de las operaciones
en lugares dispersos, o la venta de servicios en línea que antes no podían
comercializarse a nivel internacional.
Finalmente, dado estos antecedentes, quizá no sea sorprendente (aunque
tampoco muy útil) que el término “globalización” se utilice a veces en un
sentido económico mucho más amplio, como otra manera de referirse al
capitalismo o a la economía de mercado. Cuando se
utiliza con esta connotación, las preocupaciones manifestadas tienen que ver
más con temas clave de la economía de mercado, como la producción por parte de
empresas privadas y con fines de lucro, la frecuente reestructuración de los
recursos según la oferta y la demanda y el impredecible y rápido cambio
tecnológico. En este sentido, indudablemente que es importante analizar las
fortalezas y las debilidades de la economía de mercado como tal, y comprender
mejor las instituciones y las políticas necesarias para que ésta funcione de
manera más eficaz. Además, las sociedades necesitan profundizar la reflexión
sobre cómo manejar mejor las consecuencias que trae consigo el rápido cambio
tecnológico. Sin embargo, poco se gana cuando se confunden estos factores diferentes
(aunque relacionados) con la globalización económica en su significado medular,
que es la ampliación de los lazos económicos a través de las fronteras.
Conclusión. La mejor forma de
hacer frente a los cambios ocasionados por la integración internacional de los
mercados de bienes, servicios y capitales, es ser francos y abiertos hacia
ellos. Como se señala en esta serie de reseñas informativas, la globalización
genera oportunidades, pero también ocasiona riesgos. A la vez que aprovechan
las oportunidades de mayor crecimiento económico y el mejor nivel de vida que
trae consigo una mayor apertura, las autoridades a cargo de formular políticas
–en el ámbito internacional, nacional y local– también enfrentan el desafío de
mitigar los riesgos para los pobres, vulnerables y marginados, y de aumentar la
igualdad y la inclusión.
Aun cuando la pobreza disminuye en sentido general, pueden aparecer
aumentos regionales o sectoriales sobre los cuales la sociedad tiene que
actuar. Durante todo el siglo pasado, las fuerzas de la globalización
desempeñaron su función entre aquellas que contribuyeron al enorme mejoramiento
del bienestar humano, lo que incluye haber sacado de la pobreza a millones de
personas. En su avance, estas fuerzas tienen la posibilidad de continuar
proporcionando grandes beneficios a los pobres, pero el éxito seguirá
dependiendo fundamentalmente de factores como la calidad de las políticas
macroeconómicas generales, el funcionamiento de las instituciones –tanto en su
carácter formal como informal– la actual estructura de activos, y los recursos
disponibles, entre otros muchos factores. Para poder lograr aproximaciones
justas y factibles a estas necesidades reales muy humanas, los gobiernos deben
escuchar la voz de todos los ciudadanos.
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