sábado, 29 de diciembre de 2012

Los vientos y las mujeres

... ¿Cuántos vientos hay?

Hay cuatro vientos, como hay cuatro direcciones. Esto desde luego, en cuanto a los brujos y aquellos que los brujos hacen. El cuatro es un número de poder para ellos. El primer viento es la brisa, el amanecer. Trae esperanza y luminosidad; es el heraldo del día. Viene y se va y entra en todo. A veces es dulce y apacible; otras es inoportuno y molesto.

Otro viento es el viento violento, cálido o frío, o ambas cosas. Un viento de medio día. Sus ráfagas están llenas de energía, pero también llenas de ceguera. Se abre camino destrozando puertas y derribando paredes. Un brujo debe ser terriblemente fuerte para detener al viento violento.

Luego está el viento frío del atardecer. Triste y molesto. Un viento que nunca le deja uno en paz. Hiela y hace llorar. Sin embargo, el Nagual decía que hay en él una profundidad tal que bien vale la pena buscarlo.


Y por último está el viento cálido. Abriga y protege y lo envuelve todo. Es un viento nocturno para brujos. Su fuerza está unidad a la obscuridad.

Ésos son los cuatro vientos. Están igualmente asociados con las cuatro direcciones. La brisa es del Este. El viento frío del Oeste. El cálido del Sur, el violento del Norte.

Los cuatro vientos poseen también personalidad. La brisa es alegre y pulcra y furtiva. El viento frío es variable y melancólico y siempre meditabundo. El viento cálido es feliz y confiado y bullicioso. El viento violento es enérgico e imperativo e impaciente.

El Nagual me dijo que los cuatro vientos eran mujeres. Es por ello que los guerreros femeninos los buscan. Vientos y mujeres son semejantes. Ésa es asimismo la razón por la cual, las mujeres son mejores que los hombres. Diría que las mujeres aprenden con mayor rapidez si se mantienen fieles a su viento.

¿Cómo llega una mujer a saber cuál es su viento personal?

Si la mujer se queda quieta y no se habla a sí misma, su viento la penetra así...


Fuente: Carlos Castaneda. El Segundo Anillo del poder. Páginas 43-45.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Cambiar de dirección

... Se refería a un acto singular que don Juan estimaba absolutamente imprescindible. Yo nunca había hablado de ello con nadie. En realidad, se trataba de algo casi olvidado para mí. En los primeros tiempos de mi aprendizaje hubo una oportunidad en que encendió dos pequeñas hogueras en las montañas de México septentrional. Estaban alejadas entre sí unos seis metros. Me hizo situar a una distancia similar de ellas, manteniendo el cuerpo, especialmente la cabeza en una postura muy natural y cómoda. Entonces me hizo mirar hacia uno de los fuegos y, acercándose a mí desde atrás, me torció el cuello hacia la izquierda, alineando mis ojos, pero no mis hombres, con el otro fuego. Me sostuvo la cabeza en esa posición durante horas, hasta que la hoguera se extinguió. La nueva dirección esa la Sudeste; tal vez sea mejor decir que había alineado el segundo fuego según la dirección sudeste. Yo había tomado todo el proceso como una más de las inescrutables peculiaridades de don Juan, uno de sus ritos sin sentido.

 - El Nagual decía que todos desarrollamos en el curso de la vida una dirección según la cual miramos- prosiguió ella -. Esa dirección termina por ser la de los ojos del espíritu. Según pasa los años esa dirección se desgasta, se debilita y se hace desagradable y, puesto que estamos ligados a esa dirección particular, nos hacemos débiles y desagradables. El día en que el Nagual me torció el cuello y no me soltó hasta que me desmayé de miedo, me dio una nueva dirección.


Fuente: Carlos Castaneda. El Segundo Anillo del Poder. Páginas: 39-41.