... Se refería a un acto singular que don Juan estimaba absolutamente imprescindible. Yo nunca había hablado de ello con nadie. En realidad, se trataba de algo casi olvidado para mí. En los primeros tiempos de mi aprendizaje hubo una oportunidad en que encendió dos pequeñas hogueras en las montañas de México septentrional. Estaban alejadas entre sí unos seis metros. Me hizo situar a una distancia similar de ellas, manteniendo el cuerpo, especialmente la cabeza en una postura muy natural y cómoda. Entonces me hizo mirar hacia uno de los fuegos y, acercándose a mí desde atrás, me torció el cuello hacia la izquierda, alineando mis ojos, pero no mis hombres, con el otro fuego. Me sostuvo la cabeza en esa posición durante horas, hasta que la hoguera se extinguió. La nueva dirección esa la Sudeste; tal vez sea mejor decir que había alineado el segundo fuego según la dirección sudeste. Yo había tomado todo el proceso como una más de las inescrutables peculiaridades de don Juan, uno de sus ritos sin sentido.
- El Nagual decía que todos desarrollamos en el curso de la vida una dirección según la cual miramos- prosiguió ella -. Esa dirección termina por ser la de los ojos del espíritu. Según pasa los años esa dirección se desgasta, se debilita y se hace desagradable y, puesto que estamos ligados a esa dirección particular, nos hacemos débiles y desagradables. El día en que el Nagual me torció el cuello y no me soltó hasta que me desmayé de miedo, me dio una nueva dirección.
Fuente: Carlos Castaneda. El Segundo Anillo del Poder. Páginas: 39-41.
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