viernes, 29 de marzo de 2013

El vidente

... Clara explicó que la recapitulación nos revela una faceta crucial de nuestro ser: el hecho de que por un instante, justo antes de clavarnos en cualquier acto, somos capaces de determinar acertadamente su resultado, nuestras posibilidades, motivos y expectativas. Este conocimiento nunca coincide con lo que consideramos conveniente o satisfactorio, de modo que lo anulamos instantáneamente.

- ¿Qué quieres decir con eso Clara?

- Quiero decir que tú, por ejemplo, supiste por una fracción de segundo que cometerías un error fatal al brincar sobre el podio del auditorio para interrumpir el programa, pero reprimiste esta certeza de inmediato, por varias razones. También supiste, por un instante, que habías dejado de practicar el karate por sentirte ofendida al no recibir alabanzas o reconocimiento. Pero encubriste este conocimiento en el acto con otra explicación, más halagüeña para ti misma: el hartazgo con la hipocresía de los demás.

Clara indicó que ese momento del conocimiento directo fue llamado "el vidente" por las personas que primero formularon la recapitulación, porque durante ese momento podemos ver de manera directa las cosas, con los ojos despejados. Sin embargo, a pesar de la claridad y precisión de las evaluaciones del vidente, nunca le prestamos atención ni le damos al vidente la oportunidad de hacerse escuchar. Por medio de esta continua supresión sofocamos su crecimiento e impedimos que desarrolle su pleno potencial.

- Al final, el vidente en nuestro interior se llena de amargura y odio ...


Taisha Abelar. Donde cruzan los brujos. Ed. booket.

viernes, 1 de marzo de 2013

Ser guerrero

- ... Decía que un guerrero no sentía compasión por nadie. Para e´l, sentir compasión implicaba desear que la otra persona fuese como uno, estuviese en el lugar de uno y que ésa es la razón por la que se da una mano... Lo más difícil del mundo, para un guerrero, es dejar ser a los otros... La impecabilidad de un guerrero consiste en dejar de ser y apoyar a los demás en lo que realmente son. Desde luego, eso implica confiar en que los otros son también guerreros impecables.

- ¿Y si no son guerreros impecables?

- Entonces tu deber es ser impecable y no decir palabra.

Ya don Juan me había enfrentado con el dilema de no poder ayudar a mis semejantes en modo alguno. En realidad, para él, todo esfuerzo de nuestra parte en ese sentido era un acto arbitrario determinado por nuestro propio interés.

Un día, estando juntos en la ciudad, alcé un caracol que se hallaba en medio de la calzada y lo llevé a lugar seguro, bajo una parras. Estaba convencido de que, de dejarlo donde lo había encontrado, tarde o temprano alguien lo habría pisado. Pensaba que, al ponerlo fuera de peligro, lo había salvado.

Don Juan señaló que mi suposición era muy superficial, puesto que no había tomado en cuenta dos posibilidades. Una de ellas consiste en que el caracol quizás estaba huyendo de una muerte segura por envenenamiento de parra; la otra, en que el caracol poseyese el poder personal suficiente para atravesar la calzada. Mi intención no sólo no lo había salvado, sino que le había hecho perder lo que hubiera ganado muy penosamente.

Naturalmente, quise devolver el caracol al lugar en que lo había hallado, pero no me lo permitió. Dijo que era el destino del caracol el que un idiota se cruzase en su sendero y le echase a perder lo mejor de su ímpetu. Si lo dejaba donde lo había puesto, era probable que volviese a reunir el poder necesario para alcanzar su objetivo.


Carlos Castaneda. El segundo anillo del poder. Págs. 293 y 294.