La India
fue la pieza clave del imperialismo británico. Su dominio se remonta al siglo
XVIII cuando la East Indian Company se encargaba de la explotación y administración del territorio (1777).
Con sus 5 millones de kilómetros cuadrados y una población cercana a
los 300 millones de habitantes constituía un mercado muy importante para los productos británicos. Suministraba a Gran Bretaña materias primas (especialmente algodón;
aunque también era importante el té, yute y aceite).
La llegada de los europeos inició a una etapa crucial en la historia de
la India. En 1687, la Compañía de las Indias Orientales británica se instaló en
Bombay y durante todo el siglo XVIII su ejército particular libró la guerra
contra los franceses, a quienes derrotó en 1784. A partir de 1798 las tropas de
la Compañía, comandadas por Richard Wellesley, emprendieron la conquista
metódica del territorio indio.
Los británicos gobernaron la India a través de la Compañía de las Indias
Orientales. El territorio hindú se convirtió en "la joya de la Corona británica"
y su explotación posibilitó el desarrollo de la naciente Revolución Industrial,
al proveer a la industria británica de materias primas baratas, de capital y de
un amplio mercado cautivo. La economía india fue desmantelada. Se suprimió la
exportación de telas de excelente calidad, realizadas de modo artesanal y
doméstico, que eran un obstáculo para la expansión de la industria textil
inglesa. La ruina de esta industria trajo aparejado el empobrecimiento masivo
de los campesinos. La tierra fue reorganizada bajo el cruel sistema Zamindari
para facilitar el cobro de impuestos que enriquecían las arcas británicas. Los
campesinos fueron obligados a cambiar su agricultura tradicional por una de
productos de exportación (índigo, yute, café y té). Esto trajo como resultado
severas hambrunas.
Hacia 1820 Gran Bretaña controlaba casi toda India, excepto Punjab,
Cachemira y Peshawar, gobernado por su aliado, el sikh Ranjit Singh. Los
británicos anexaron esos territorios en 1849, después de la muerte de Singh.
Los «aliados leales» mantuvieron una autonomía nominal, que les permitía
conservar sus cortes, palacios y privilegios, para satisfacción de los
visitantes europeos.
La consigna colonialista era «dividir para reinar»: se enviaban
mercenarios de una región para someter a otra (como fue el caso de los gurkas
nepaleses o los sikh de Punjab). También se utilizaron las diferencias religiosas;
por ejemplo a principios del siglo XX, una reforma electoral estableció que los
musulmanes, hindúes y budistas podían votar solamente a candidatos de su misma
religión. Durante el período colonial, esta manipulación generó innumerables
explosiones sociales.
La más importante fue la llamada rebelión de los cipayos (soldados
indios al servicio de Inglaterra) de 1857-1858, que comenzó como una protesta
en los cuarteles que luego incorporó otras reivindicaciones, y se convirtió en
una protesta de todo el país. Hindúes y musulmanes se unieron y llegaron
inclusive a proponerse la restauración del Imperio del Gran Mogol. Al fin de la
rebelión se disolvió la Compañía de las Indias Orientales y el país se
convirtió en dominio británico gobernado por un virrey. La reina Victoria
incorporó el título de Emperatriz de la India.
Sin
embargo el nacionalismo hindú
resucita. En 1885 nace un partido nacionalista: el Partido del Congreso,
dirigido por intelectuales hindúes formados en universidades anglosajonas y que
se orientó hacia posiciones moderadas: la conversión de la India en un dominio
similar a Canadá. Pero Gran Bretaña se negó sistemáticamente a conceder la
autonomía a un territorio vital para la economía inglesa.
Derivado de lo anterior, se realizan grandes movilizaciones sociales contra la colonización y la presencia británica en la región. Estos movimientos masivos y pacíficos de descontento fueron organizados por un hombre, quien es considerado el padre de la India. Gandhi, el mahatma (alma grande o alma noble) , título que le fue atribuido por el pueblo hindú.
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