En la antigüedad se pidió a un famoso fisiognomista de nombre Zopiro (algunos escriben Zopyro) que emitiera un juicio sobre un individuo que no conocía: un hombre panzudo, de ojos saltones, nariz achatada con narinas abiertas hacia adelante, labios carnosos y descuidado atavío. Impresionaba como un ser vulgar, de apetitos groseros, rústico e ignorante. Tras haber examinado el desagradable, faunesco talante de aquel hombre, Zopiro dictaminó que tenía que ser "estúpido brutal, voluptuoso y dado a la ebriedad".
Pero ¡sorpresa! Resulta que se trataba nada menos de Sócrates, un hombre entregado por entero a la vida del espíritu, a la búsqueda del conocimiento y al cultivo de la virtud; un hombre que ha sido comparado, con sin razón, con Jesucristo.
Entonces Sócrates se dirigió a sus discípulos, quienes ya se burlaban del intérprete de las fisionomías. Les dijo: "Su diagnóstico es correcto, Mi natural me inclina a todos esos vicios. Pero mediante la práctica asidua de la virtud he podido corregir mis defectos y he logrado contrarrestar mis innatas propensiones".
Fuente: Delia Juárez. Las Quince Letras. Nexos Número 440, agosto 2014.