domingo, 17 de febrero de 2013

Impecabilidad





Yo le narré el modo en que don Juan logró hacerme entender en qué consistía la impecabilidad. Atravesábamos un día un barranco de paredes muy escarpadas; un enorme pedrusco se desprendió de su sostén rocoso y cayó con fuerza formidable al fondo del cañón, a veinte o treinta metros de nosotros. El tamaño de la piedra hizo que su caída resultara impresionante. Dijo que la fuerza que rige nuestros destinos está fuera de nosotros y nada tiene que ver con nuestros actos ni con nuestra voluntad. En ocasiones, esa fuerza nos lleva a detenernos en el camino para inclinarnos a atar los cordones sueltos de los zapatos, como yo acababa de hacer, y ganar así un momento precioso. De seguir adelante, era indudable que el inmenso trozo de roca nos hubiera aplastado. No obstante, otro día, en otro desfiladero, era posible que la misma decisiva fuerza exterior nos obligara a anudarnos los cordones en el preciso lugar sobre el cual descendiera un canto rodado de iguales dimensiones. En ese caso, nos hubiese hecho perder un momento preciso: de continuar caminando, nos habríamos salvado. Don Juan concluyó que, dada mi total falta de control sobre las fuerzas que decidían mi destino, el único acto de libertad posible consistía en atarme los cordones impecablemente.


Fuente: Carlos Castaneda, El segundo anillo del poder. Página 268.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Discusiones bizantinas

... Si tu padre o tu abuelo se hubiesen  propuestos ser guerreros impecables - prosiguió Don Juan -, no habrían perdido el tiempo en discusiones bizantinas. Hay que dedicar todo el tiempo y toda la energía para poder superar la propia estupidez. Y eso es lo importante. El resto no vale la pena. Nada de lo que tu padre y tu abuelo dijeron acerca de la Iglesia les proporcionó bienestar. En cambio, el ser un guerrero impecable te dará vigor y juventud y poder. De modo que lo debes hacer es es escoger sabiamente...


Carlos Cataneda. El segundo anillo del poder. Pág. 232.